Pasaje bíblico: Lucas 17:11-19.

Idea principal

Las bendiciones de dios no son nuestro derecho, son muestra del amor y la gracia del Señor.

Desarrollo

Ya hemos hablado con anterioridad de las penosas condiciones de vida de los leprosos en el tiempo de Jesús. Eran forzados a vivir sin contacto con las personas sanas, fuera de los límites de las ciudades, las aldeas y los pueblos. Cualquier contacto, aunque fuera esporádico, con personas sanas podía causarles serios problemas que, incluso, podían acabar con su muerte por apedreamiento.

No era inusual que muchos leprosos vivieran en comunidad. Sin duda, se trataba de penosas comunidades de personas que eran parias de su sociedad y que estaban todos condenados a vivir entre ellos si querían gozar de algún tipo de calor humano. Vivir con aquellos que sufrían su misma suerte era la única posibilidad de contacto humano que les estaba permitida.

La lepra era una enfermedad crónica e incurable. La persona que la contraía estaba condenada a morir de la misma, pero lo que aún era peor, estaba condenada a una muerte en vida, pues así podía considerarse el aislamiento a que estaban sometidos, apartados de su entorno social y de sus seres queridos.

El pasaje nos habla de un pequeño grupo de leprosos. Un detalle interesante y que luego cobrará importancia es el hecho que uno aquellos hombres era samaritano y el resto judíos. Es curioso como la desgracia puede llegar a hermanar a personas, que como también hemos visto, en situaciones normales ni siquiera se relacionarían entre ellas y, con toda probabilidad, se manifestarían una clara hostilidad.

Entendidas las duras condiciones de vida de los leprosos, no era de extrañar que los rumores y comentarios que se debían de oír acerca de Jesús despertaran en ellos una gran esperanza. Las noticias de las sanidades que el maestro hacía lo habían convertido en un personaje notorio y bien conocido en todo Israel. A pesar de su aislamiento no es aventurado creer que los rumores habían llegado hasta ellos.

Por tanto, había una cierta posibilidad de esperanza. Si lo que se decía de aquel hombre era cierto y podían llegar hasta Él podrían ser curados. La empresa no estaba exenta de ciertos riesgos. A menos que se diera la casualidad de que coincidieran en la zona donde los leprosos vivían, estos deberían emprender una búsqueda de jesús y para ello deberían moverse a través del territorio con los consiguientes peligros ya indicados anteriormente.

Finalmente, según nos indica el evangelio de Lucas, a la salida de una alea dieron con Jesús. Desde la distancia le gritaron para llamar su atención. Gritar desde la distancia era una medida de seguridad para ellos, su presencia en medio de gente sana habría podido desencadenar la reacción de éstos que se hubieran defendido a pedrada limpia de los leprosos y hubieran hecho todo lo posible por ahuyentarlos o, como mínimo, mantenerlos a raya.

Desde lejos rogaron a Jesús que los sanara. Jesús, como tantas veces, movido a misericordia les sanó y les pidió que se presentaran ante los sacerdotes para que ellos certificaran oficialmente su curación y, por tanto, pudieran incorporarse nuevamente, no sólo a la vida social de Israel, sino también a la vida religiosa del pueblo. Sin embargo, uno de ellos, un samaritano precisamente, consciente de su sanidad vuelve hasta Jesús y se postra ante Él en señal de agradecimiento. El Maestro hace un comentario preguntando dónde estaban los otros nueve que habían sido sanados y remarcando que el único que estaba mostrando un agradecimiento y alabanza a dios era precisamente aquel de quien menos debía esperarse, un samaritano.

A continuación, Jesús pronuncia esa frase que tan a menudo aparece en las escrituras tras algunas de sus sanidades: tu fe te ha salvado. Indicando con ello que aquel hombre no había recibido únicamente la sanidad física sino también la espiritual.

Por otro lado, Jesús expresa su perplejidad por la falta de gratitud de todos aquellos hombres hacia lo que el señor había hecho en sus vidas.

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