Un día naciste en un hogar que no elegiste y con padres que no buscaste. Aún así te sentías cuidado, seguro. Tu casa era tu refugio y tus padres eran tus héroes. Pero creciste y cambiaste. Descubriste que no era fácil hablar con ellos. Comenzaste a comprender que muchas veces estaban ausentes, distantes, metidos en sus propios dramas. Te encerraste en tu propio mundo. Te tragaste la bronca y explotó la rebeldía en tu interior. Decidiste hacer la tuya.

Tu refugio ya no fue tu hogar. Y tus padres dejaron de ser tus héroes. Elegiste un boliche como refugio y toda su locura para no pensar. Un lugar donde transar. Alguien con quien excitarte y escapar en busca de amor. Un porro o una cerveza para darte valor, para ir y encarar. O drogas para “volar”, y calmar el dolor de sentirte abandonado, inútil, infeliz, o simplemente fea, impopular.

Y presionado por la sociedad deseaste tener para ser alguien. Tener las mejores notas en el colegio, tener el mejor cuerpo. Tener dinero o tener poder, para sentirte popular. Tener mujeres (o muchachos), autos, motos, ropa, reconocimiento, aceptación, valor…, porque buscás sentirte alguien aceptado y escuchado. Y buscás la locura del “pogo” en el recital. Buscás una religión. Buscás sobresalir entre tus amigos.

Buscás en “sexos disponibles”, intimidad. Usas el preservativo y tomás la pastilla (así te lo enseñaron en el colegio). Te dijeron que el sexo es amor. ¡Y probaste!… Dijiste que fue fantástico. Te sentiste hombre. Creíste que te hacías mujer. Aunque nunca digas (porque no es popular decirlo) que violaste o fuiste violada en nombre del amor. El sexo te dio alivio físico, te dio un embarazo no deseado o un casamiento apresurado. Te dio SIDA, herpes, o sífilis. Te dio un cuerpo. Pero no te dio intimidad verdadera, aceptación incondicional y un amor que nunca muere.

Y seguís buscando. Y en tu búsqueda alguien te dice: “Hacelo si lo sentís”. Pero cuando lo hacés (irte de tu casa, gritarle a tus viejos, transar con alguien, tomarte todo, o darle al porro), no encontrás ninguna solución para la culpa, la bronca o el dolor que sí sentís. Y descubrís que no podés escapar de lo que sos ni de lo que tenés adentro. Tratás de convencerte a vos mismo: “Todo está bien. Soy libre. Hago la mía”.

Pero en tu interior sos un esclavo de tu pasado, de tus rencores, de tu aburrimiento, de tu homosexualidad, de tu droga y alcohol. Esclavo del chico o de la chica que gobierna tu vida y a quien le das sexo para que no se te escape. Esclavo de la opinión de tus amigos. Esclavo de tu violencia, porque fuiste abusado y ahora abusas. Esclavo de tus enojos, de tus bajones, y de tus orgullos. Esclavo de una religión muerta y tonta que te confunde más y no te cambia nada.

Esclavo del reino al que pertenecés, al igual que toda nuestra sociedad. La Biblia lo llama: el reino de las tinieblas. ¡Y esto no es la estupidez de una barata película de terror! Es la realidad en la que estás metido. ¡Y no podés escapar por vos mismo!, porque todos nacemos dentro de éste reino.

La Biblia llama a su rey: El príncipe de este mundo. Y también lo llama diablo, asesino y mentiroso. El roba, mata y destruye. El se robó la paz de tu hogar,  apagó el amor entre tus padres, mató tu respeto hacia ellos, y los provoca a ellos a enloquecerse contra vos. El los enloqueció para que se separen y te abandonen. El te provoca para que odies, mientas y te rebeles, o para que intentes suicidarte. ¿Sabés por qué?

Porque Satanás ¡te odia! Su ley dice: “Viví como quieras. Hacé la tuya”. Y tu peor pecado no es portarte mal o no ir a la iglesia; tu peor pecado es hacer lo que se te da la gana. Y cada vez que lo hacés y pecás, sos arrastrado hacia la muerte.

Y en éste reino la muerte te espera a cada momento. En la próxima inyección de heroína, en un inesperado accidente automovilístico, frente a una patota a la salida del boliche. En un aborto mal hecho; en el tumulto de una manifestación política. En una enfermedad venérea, o en la patética idea del suicidio por el drama de tu familia. O, simplemente, en un descuido al cruzar la calle.

(CONTINÚA…)

Por Edgardo Tosoni

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