Pasaje clave: Levítico 1
En los cinco primeros capítulos de Levítico descubrirás cinco clases de ofrendas que los israelitas presentaban delante de Dios. Además te voy a ayudar a entender de qué manera se relacionan con nosotros que no somos judíos pero que sí somos hijos de Dios.
1. La ofrenda de los HOLOCAUSTOS.
¿Qué significa holocausto? Significa que la ofrenda es totalmente quemada y en consecuencia sube, delante Dios, el humo de ellas como un olor agradable (esto tiene un sentido espiritual, Dios no respira humo).
¿De qué era la ofrenda de los holocaustos? (1:2, 10, 14).
¿Cómo tenía que ser el animal ofrecido? (1:3, 10).
¿Qué hacía la persona sobre él? (1:4-5).
¿Qué hacían luego los sacerdotes? (1:5-9, 11-13, 15-17).
¿Cómo era esta ofrenda para Dios? (1:9, 13, 17).
Ellos traían como ofrendas vacas, ovejas, cabras o aves y al poner sus manos sobre la ofrenda se identificaban con ella, se unían a ella.
Luego el animal era sacrificado y quemado totalmente. El animal se entregaba en sacrificio a Dios en lugar de la persona que lo traía. El animal ocupaba el lugar de la persona, era su sustituto.
¿Sabes cuál es el significado de esta ofrenda para ti y para mí?
Esta ofrenda nos habla de ENTREGA TOTAL. De entregarnos totalmente a Dios. Jesús fue nuestro sustituto muriendo en nuestro lugar. Él pagó en la cruz lo que nos correspondía pagar a nosotros por nuestros pecados. Él lo hizo por amor. Y por amor, tú y yo, decidimos voluntariamente entregarnos totalmente a él, para que Él sea nuestro único Señor y Dueño. Para hacer Su voluntad y agradarle cada día de nuestras vidas.
¿Y cómo lo hago?
Hacerlo es una decisión personal. Acércate a Dios y dile: “Señor, yo quiero consagrarme totalmente a ti. No quiero vivir más para mí mismo. Creo que cuando tú morías en la cruz yo también moría contigo y cuando resucitabas yo también era resucitado. Vive tu vida en mí”.
Esta no es una oración más. Es el comienzo de una nueva relación con el Señor donde aprendes a vivir para Él. Y donde le permites al Espíritu Santo que “queme” tus egoísmos, debilidades y orgullos para comenzar a experimentar en tu interior el poder de la vida de Jesús.
Entonces, de ahora en más, antes de aceptar invitaciones o de tomar importantes decisiones, vas a pensar: “Estoy entregado a Dios, pertenezco a Él, ¿es correcto delante de Dios hacer esto o participar de aquello?”.
Orarás en tu corazón y le dirás: “Señor quiero hacer solamente lo que te agrade a ti, no lo que hagan mis amigos y ni siquiera lo que yo mismo desee”.
¿Te acuerdas qué hacia la persona con el animal que traía al holocausto?
Primero ponía sus manos sobre él: se identificaba.
Después lo degollaba y lo dividía en partes. Al degollarlo se derramaba la sangre del animal y este moría en lugar de la persona.
¿Sabes qué simboliza? Simboliza la muerte de Jesús. Él como nuestro sustituto derramó su sangre preciosa en la cruz para limpiarnos de todo pecado.
Cada vez que pecas no necesitas ir a ningún cura ni a ningún pastor para que tus pecados sean perdonados, únicamente necesitas orar a Dios en el nombre del Señor Jesús y decirle: “Señor, gracias por haber derramado tu sangre por mi. Te confieso mi pecado… (lo nombras específicamente) y te pido que me perdones porque creo que la sangre del Señor Jesús me limpia de todo pecado”.
Y en ese momento quedas limpio delante de Dios. Tu pecado es quitado.
Esta primera ofrenda también simboliza el negarnos a nosotros mismos.
No es fácil negarnos a nosotros mismos. No es fácil dejar de hacer las cosas que quiero para hacer únicamente las que Dios quiere. No es fácil reconocer mis equivocaciones y aceptar que Dios tiene razón. No es fácil pensar más en el otro que en mí mismo. Pero esto es lo que significa entregarte totalmente a Dios: negarte a ti mismo, como si fueras “degollado y dividido”.
Y cada vez que te entregas totalmente a Dios tu vida es un perfume que a Él le agrada.
No es encerrarte en la iglesia todos los días de la semana, es entregarle a Dios tus deseos y tu voluntad todos los días de tu vida.
Extracto del libro «Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes: Éxodo-Levítico»
Por Edgardo Tosoni
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